LAS ASECHANZAS DEL ENEMIGO

martes, 22 de junio de 2010
Posted by P.F.

LA GRAN controversia entre Cristo y Satanás, sostenida desde hace cerca de seis mil años, está por terminar; y Satanás redobla sus esfuerzos para hacer fracasar la obra de Cristo en beneficio del hombre y para sujetar las almas en sus lazos. Su objeto consiste en tener sumido al pueblo en las tinieblas y en la impenitencia hasta que termine la obra mediadora del Salvador y no haya más sacrificio por el pecado.

Cuando no se hace ningún esfuerzo especial para resistir a su poder, cuando la indiferencia predomina en la iglesia y en el mundo, Satanás está a su gusto, pues no corre peligro de perder a los que tiene cautivos y a merced suya. Pero cuando la atención de los hombres se fija en las cosas eternas y las almas se preguntan: "qué debo yo hacer para ser salvo?" él está pronto para oponer su poder al de Cristo y para contrarrestar la influencia del Espíritu Santo.
Las Sagradas Escrituras declaran que en cierta ocasión, cuando los ángeles de Dios vinieron para presentarse ante el Señor, Satanás vino también con ellos (Job 1:6), no para postrarse ante el Rey eterno sino para mirar por sus propios y malévolos planes contra los justos. Con el mismo objeto está presente allí donde los hombres se reúnen para adorar a Dios. Aunque invisible, trabaja con gran diligencia, tratando de gobernar las mentes de los fieles. Como hábil general que es, fragua sus planes de antemano. Cuando ve al ministro de Dios escudriñad las Escrituras, toma nota del tema que va a ser presentado a la congregación, y hace uso de toda su astucia y pericia para arreglar las cosas de tal modo que el mensaje de vida no llegue a aquellos quienes está engañando precisamente respecto del punto que se ha de tratar. Hará que la persona que más necesite la admonición se vea apurada por algún negocio que requiera su presencia, o impedida de algún otro modo de oír las palabras que hubiesen podido tener para ella sabor de vida para vida.

Otras veces, Satanás ve a los siervos del Señor agobiados al comprobar las tinieblas espirituales que envuelven a los hombres. Oye sus ardientes oraciones, en que piden a Dios gracia y poder para sacudir la indiferencia y la indolencia de las almas. Entonces despliega sus artes con nuevo ardor. Tienta a los hombres para que cedan a la glotonería o a cualquier otra forma de sensualidad, y adormece de tal modo su sensibilidad que dejan de oír precisamente las cosas que más necesitan saber.

Bien sabe Satanás que todos aquellos a quienes pueda inducir a descuidar la oración y el estudio de las Sagradas Escrituras serán vencidos por sus ataques. De aquí que invente cuanta estratagema le es posible para tener las mentes distraídas. Siempre ha habido una categoría de personas que profesan santidad, y que en lugar de procurar crecer en el conocimiento de la verdad, hacen consistir su religión en buscar alguna falta en el carácter de aquellos con quienes no están de acuerdo, o algún error en su credo. Son los mejores agentes de Satanás. Los acusadores de los hermanos no son pocos; siempre son diligentes cuando Dios está obrando y cuando sus hijos le rinden verdadero homenaje. Son ellos los que dan falsa interpretación a las palabras y acciones de los que aman la verdad y la obedecen. Hacen pasar a los más serios, celosos y desinteresados siervos de Cristo por engañados o engañadores. Su obra consiste en desnaturalizar los móviles de toda acción buena y noble, en hacer circular insinuaciones malévolas y despertar sospechas en las mentes poco experimentadas. Harán cuanto sea imaginable porque aparezca lo que es puro y recto como corrupto y de mala fe.

Pero nadie necesita dejarse engañar por ellos. Fácil es ver la filiación que tienen, el ejemplo que siguen y la obra que realizan. " Por sus frutos los conoceréis." (S. Mateo 7: 16.) Su conducta se parece a la de Satanás, el odioso calumniador, "el acusador de nuestros hermanos." (Apocalipsis 12: 10.)

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"Venid a mí todos"

viernes, 18 de junio de 2010
Posted by P.F.


A pesar de que los hijos de Israel "hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas" (2 Crónicas 36: 16), el Señor había seguido manifestándoseles como "Jehová, fuerte, misericordioso, y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad." (Éxodo 34: 6.) Y por más que le rechazaran una y otra vez, de continuo había seguido instándoles con bondad inalterable. Más grande que la amorosa compasión del padre por su hijo era el solícito cuidado con que Dios velaba por su pueblo enviándole "amonestaciones por mano de sus mensajeros, madrugando para enviárselas; porque tuvo compasión de su pueblo y de su morada." (2 Crónicas 36: 15, V.M.) Y al fin, habiendo fracasado las amonestaciones, las reprensiones y las súplicas, les envió el mejor don del cielo; más aún, derramó todo el cielo en ese solo Don.

El Hijo de Dios fue enviado para exhortar a la ciudad rebelde. Era Cristo quien había sacado a Israel como "una vid de Egipto." (Salmo 80: 8.) Con su propio brazo, había arrojado a los gentiles de delante de ella; la había plantado "en un recuesto, lugar fértil;" la había cercado cuidadosamente y había enviado a sus siervos para que la cultivasen. "¿Qué más se había de hacer a mi viña —exclamó,— que yo no haya hecho en ella?" A pesar de estos cuidados, y por más que, habiendo esperado "que llevase uvas" valiosas, las había dado "silvestres" (Isaías 5: 1-4), el Señor compasivo, movido por su anhelo de obtener fruto, vino en persona a su viña para librarla, si fuera posible, de la destrucción. La labró con esmero, la podó y la cuidó. Fue incansable en sus esfuerzos para salvar aquella viña que él mismo había plantado.

Durante tres años, el Señor de la luz y de la gloria estuvo yendo y viniendo entre su pueblo. "Anduvo haciendo bienes, y sanando a todos los oprimidos del diablo," curando a los de corazón quebrantado, poniendo en libertad a los cautivos, dando vista a los ciegos, haciendo andar a los cojos y oír a los sordos, limpiando a los leprosos, resucitando muertos y predicando el Evangelio a los pobres. (Hechos 10: 38; S. Lucas 4: 18; S. Mateo 11: 5.) A todas las clases sociales por igual dirigía el llamamiento de gracia: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar." (S. Mateo 11: 28.)

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Lloraba por el fatal destino de los millares

miércoles, 16 de junio de 2010
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"¡OH SI también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que toca a tu paz! mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, que tus enemigos te cercarán con baluarte, y te pondrán cerco, y de todas partes te pondrán en estrecho, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti; y no dejarán sobre ti piedra sobre piedra; por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación." (S. Lucas 19: 42 - 44.)

Desde lo alto del monte de los Olivos miraba Jesús a Jerusalén, que ofrecía a sus ojos un cuadro de hermosura y de paz. Era tiempo de Pascua, y de todas las regiones del orbe los hijos de Jacob se habían reunido para celebrar la gran fiesta nacional. De entre viñedos y jardines como de entre las verdes laderas donde se veían esparcidas las tiendas de los peregrinos, elevábanse las colinas con sus terrazas, los airosos palacios y los soberbios baluartes de la capital israelita. La hija de Sión parecía decir en su orgullo: "¡Estoy sentada reina, y . . . nunca veré el duelo!" porque siendo amada, como lo era, creía estar segura de merecer aún los favores del cielo como en los tiempos antiguos cuando el poeta rey cantaba: "Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra es el monte de Sión, . . . la ciudad del gran Rey " (Salmo 48: 2.)

Resaltaban a la vista las construcciones espléndidas del templo, cuyos muros de mármol blanco como la nieve estaban entonces iluminados por los últimos rayos del sol poniente que al hundirse en el ocaso hacía resplandecer el oro de puertas, torres y pináculos. Y así destacábase la gran ciudad, "perfección de hermosura," orgullo de la nación judaica. ¡Qué hijo de Israel podía permanecer ante semejante espectáculo sin sentirse conmovido de gozo y admiración! Pero eran muy ajenos a todo esto los pensamientos que embargaban la mente de Jesús. "Como llego cerca, viendo la ciudad, lloró sobre ella." (S. Lucas. 19: 41.) En medio del regocijo que provocara su entrada triunfal, mientras el gentío agitaba palmas, y alegres hosannas repercutían en los montes, y mil voces le proclamaban Rey, el Redentor del mundo se sintió abrumado por súbita y misteriosa tristeza. El, el Hijo de Dios, el Prometido de Israel, que había vencido a la muerte arrebatándole sus cautivos, lloraba, no presa de común abatimiento, sino dominado por intensa e irreprimible agonía.

No lloraba por sí mismo, por más que supiera adónde iba. Getsemaní, lugar de su próxima y terrible agonía, extendíase ante su vista. La puerta de las ovejas divisábase también; por ella habían entrado durante siglos y siglos la víctimas para el sacrificio, y pronto iba a abrirse para él, cuando "como cordero" fuera, "llevado al matadero" (Isaías 53: 7) Poco más allá se destacaba el Calvario, lugar de la crucifixión. Sobre la senda que pronto le tocaría recorrer, iban a caer densas y horrorosas tinieblas mientras él entregaba su alma en expiación por el pecado. No era, sin embargo, la contemplación de aquellas escenas lo que arrojaba sombras sobre el Señor en aquellas escenas lo que arrojaba sombras sobre el Señor en aquella hora de gran regocijo, ni tampoco el presentimiento de su angustia sobrehumana lo que nublaba su alma generosa. Lloraba por el fatal destino de los millares de Jerusalén, por la ceguedad y por la dureza de corazón de aquellos a quienes él viniera a bendecir y salvar.

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La Fe de los Mártires

miércoles, 9 de junio de 2010
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CUANDO Jesús reveló a sus discípulos la suerte de Jerusalén y los acontecimientos de la segunda venida, predijo también lo que habría de experimentar su pueblo desde el momento en que él sería quitado de en medio de ellos, hasta el de su segunda venida en poder y gloria para libertarlos. Desde el monte de los Olivos vio el Salvador las tempestades que iban a azotar a la iglesia apostólica y, penetrando aún mas en lo porvenir, su ojo vislumbro las fieras y desoladoras tormentas que se desatarían sobre sus discípulos en los tiempos de obscuridad y de persecución que habían de venir. En unas cuantas declaraciones breves, de terrible significado, predijo la medida de aflicción que los gobernantes del mundo impondrían a la iglesia de Dios. (S. Mateo 24: 9, 21, 22.) Los discípulos de Cristo habrían de recorrer la misma senda de humillación, escarnio y sufrimientos que a él le tocaba pisar. La enemistad que contra el Redentor se despertara, iba a manifestarse contra todos los que creyesen en su nombre.

La historia de la iglesia primitiva atestigua que se cumplieron las palabras del Salvador. Los poderes de la tierra y del infierno se coligaron para atacar a Cristo en la persona de sus discípulos. El paganismo previó que de triunfar el Evangelio, sus templos y sus altares serían derribados, y reunió sus fuerzas para destruir el cristianismo. Encendióse el fuego de la persecución. Los cristianos fueron despojados de sus posesiones y expulsados de sus hogares. Todos ellos sufrieron "gran combate de aflicciones." "Experimentaron vituperios y azotes; y a más de esto prisiones y cárceles." (Hebreos 10: 32; 11: 36.) Muchos sellaron su testimonio con su sangre. Nobles y esclavos, ricos y pobres, sabios e ignorantes, todos eran muertos sin misericordia.

Estas persecuciones que empezaron bajo el imperio de Nerón, cerca del tiempo del martirio de S. Pablo, continuaron con mayor o menor furia por varios siglos. Los cristianos eran inculpados calumniosamente de los más espantosos crímenes y eran señalados como la causa de las mayores calamidades: hambres, pestes y terremotos. Como eran objeto de los odios y sospechas del pueblo, no faltaban los delatores que por vil interés estaban listos para vender a los inocentes. Se los condenaba como rebeldes contra el imperio, enemigos de la religión y azotes de la sociedad. Muchos eran arrojados a las fieras o quemados vivos en los anfiteatros. Algunos eran crucificados; a otros los cubrían con pieles de animales salvajes y los echaban a la arena para ser despedazados por los perros. Estos suplicios constituían a menudo la principal diversión en las fiestas populares. Grandes muchedumbres solían reunirse para gozar de semejantes espectáculos y saludaban la agonía de los moribundos con risotadas y aplausos.

Doquiera fuesen los discípulos de Cristo en busca de refugio, se les perseguía como a animales de rapiña. Se vieron pues obligados a buscar escondite en lugares desolados y solitarios. Anduvieron "destituidos, afligidos, maltratados (de los cuales el mundo no era digno), andando descaminados por los desiertos y por las montañas, y en las cuevas y en las cavernas de la tierra." (Hebreos 11: 37, 38, V.M.) Las catacumbas ofrecieron refugio a millares de cristianos. Debajo de los cerros, en las afueras de la ciudad de Roma, se habían cavado a través de tierra y piedra largas galerías subterráneas, cuya obscura e intrincada red se extendía leguas más allá de los muros de la ciudad. En estos retiros los discípulos de Cristo sepultaban a sus muertos y hallaban hogar cuando se sospechaba de ellos y se los proscribía. Cuando el Dispensador de la vida despierte a los que pelearon la buena batalla, muchos mártires de la fe de Cristo se levantarán de entre aquellas cavernas tenebrosas.

En las persecuciones más encarnizadas, estos testigos de Jesús conservaron su fe sin mancha. A pesar de verse privados de toda comodidad y aun de la luz del sol mientras moraban en el obscuro pero benigno seno de la tierra, no profirieron quejas. Con palabras de fe, paciencia y esperanza, se animaban unos a otros para soportar la privación y la desgracia. La pérdida de todas las bendiciones temporales no pudo obligarlos a renunciar a su fe en Cristo. Las pruebas y Como los siervos de Dios en los tiempos antiguos, muchos "fueron muertos a palos, no admitiendo la libertad, para alcanzar otra resurrección mejor." (Vers. 35, V.M.) Recordaban que su Maestro había dicho que cuando fuesen perseguidos por causa de Cristo debían regocijarse mucho, pues grande sería su galardón en los cielos; porque así fueron perseguidos los profetas antes que ellos. Se alegraban de que se los hallara dignos de sufrir por la verdad, y entonaban cánticos de triunfo en medio de las crepitantes hogueras.

Mirando hacia arriba por la fe, veían a Cristo y a los ángeles que desde las almenas del cielo los observaban con el mayor interés y apreciaban y aprobaban su entereza. Descendía del trono de Dios hasta ellos una voz que decía: "Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida." (Apocalipsis 2: 10)La persecución no eran sino peldaños que los acercaban más al descanso y a la recompensa.

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Anunciar el Evangelio al mundo

jueves, 27 de mayo de 2010
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LA IGLESIA es el medio señalado por Dios para la salvación de los hombres. Fue organizada para servir, y su misión es la de anunciar el Evangelio al mundo. Desde el principio fue, el plan de Dios que su iglesia reflejase al mundo su plenitud y suficiencia. Los miembros de la iglesia, los que han sido llamados de las tinieblas a su luz admirable, han de revelar su gloria. La iglesia es la depositaria de las riquezas de la gracia de Cristo; y mediante la iglesia se manifestará con el tiempo, aún a "los principados y potestades en los cielos"(Efe. 3: 10), el despliegue final y pleno del amor de Dios.
Muchas y maravillosas son las promesas registradas en las Escrituras en cuanto a la iglesia. "Mi casa, casa de oración será llamada de todos los pueblos."(Isa. 56: 7.) "Y daré a ellas, y a los alrededores de mi collado, bendición; y haré descender la lluvia en su tiempo, lluvias de bendición serán. . . . Y despertaréles una planta por nombre, y no más serán consumidos de hambre en la tierra, ni serán más avergonzados de las gentes. Y sabrán que yo su Dios Jehová soy con ellos, y ellos son mi pueblo, la casa de Israel, dice el Señor Jehová."(Eze. 34: 26,29 - 31.)

"Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí; para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado Dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Jehová; y fuera de mí no hay quien salve. Yo anuncié, y salvé, e hice oír, y no hubo entre vosotros extraño. Vosotros pues sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios." "Yo Jehová te he llamado en justicia, y te tendré por la mano; te guardaré y te pondré por alianza del pueblo, por luz de las gentes; para que abras ojos de ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que están de asiento en tinieblas." (Isa. 43: 10-12; 42: 6, 7.)
"En hora de contentamiento te oí, y en el día de salud te ayudé: y guardarte he, y te daré por alianza del pueblo, para que levantes la tierra, para que heredes asoladas heredades; para que digas a los presos: Salid; y a los que están en tinieblas: Manifestaos. En los caminos serán apacentados, y en todas las cumbres serán sus pastos. No tendrán hambre ni sed, ni el calor ni el sol los afligirá; porque el que tiene de ellos misericordia los guiará, y los conducirá a manaderos de aguas. Y tornaré camino todos mis montes, y mis calzadas serán levantadas. . . .

"Cantad alabanzas, oh cielos, y alégrate, tierra; y prorrumpid en alabanzas, oh montes: porque Jehová ha consolado su pueblo, y de sus pobres tendrá misericordia. Mas Sión dijo: Dejóme Jehová, y el Señor se olvidó de mí. ¿Olvidaráse la mujer de lo que parió, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque se olviden ellas, yo no me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas te tengo esculpida: delante de mí están siempre tus muros." (Isa. 49: 8-16.)
La iglesia es la fortaleza de Dios, su ciudad de refugio, que él sostiene en un mundo en rebelión. Cualquier traición a la iglesia es traición hecha a Aquel que ha comprado a la humanidad con la sangre de su Hijo unigénito. Desde el principio, las almas fieles han constituido la iglesia en la tierra. En todo tiempo el Señor ha tenido sus atalayas, que han dado un testimonio fiel a la generación en la cual vivieron. Estos centinelas daban el mensaje de amonestación; y cuando eran llamados a deponer su armadura, otros continuaban la labor. Dios ligó consigo a estos testigos mediante un pacto, uniendo a la iglesia de la tierra con la iglesia del cielo. El ha enviado a sus ángeles para ministrar a su iglesia, y las puertas del infierno no han podido prevalecer contra su pueblo.

A través de los siglos de persecución, lucha y tinieblas, Dios ha sostenido a su iglesia. Ni una nube ha caído sobre ella sin que él hubiese hecho provisión; ni una fuerza opositora se ha levantado para contrarrestar su obra, sin que él lo hubiese previsto. Todo ha sucedido como él lo predijo. El no ha dejado abandonada a su iglesia, sino que ha señalado en las declaraciones proféticas lo que ocurriría, y se ha producido aquello que su Espíritu inspiró a los profetas a predecir. Todos sus propósitos se cumplirán. Su ley está ligada a su trono, y ningún poder del maligno puede destruirla. La verdad está inspirada y guardada por Dios; y triunfará contra toda oposición.
Durante los siglos de tinieblas espirituales, la iglesia de Dios ha sido como una ciudad asentada en un monte. De siglo en siglo, a través de las generaciones sucesivas, las doctrinas puras del cielo se han desarrollado dentro de ella. Por débil e imperfecta que parezca, la iglesia es el objeto al cual Dios dedica en un sentido especial su suprema consideración. Es el escenario de su gracia, en el cual se deleita en revelar su poder para transformar los corazones.

"¿A qué hemos de comparar el reino de Dios? preguntó Cristo, ¿o con qué semejanza lo representaremos?" (Mar. 4: 30, V.M.) El no podía emplear los reinos del mundo como símil. No podía hallar en la sociedad nada con que compararlo. Los reinos terrenales son regidos por el ascendiente del poder físico; pero del reino de Cristo está excluída toda arma carnal, todo instrumento de coerción. Este reino está destinado a elevar y ennoblecer a la humanidad. La iglesia de Dios es el palacio de la vida santa, lleno de variados dones, y dotado del Espíritu Santo.

El histórico rey Josías y su lealtad a la Ley de Dios

sábado, 22 de mayo de 2010
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Sin lugar a dudas la historia de los hijos de Israel ha sido una de las más grandes jamás acaecidas en el transcurso de la Historia universal. Aunque ciertamente hay muchos que dudan de su veracidad, tarde o temprano se ven obligados a aceptar sin mayores consecuencias las innumerables pruebas y evidencias arqueológicas que corroboran el relato bíblico.

Una de estas fascinantes historias es la del pequeño rey Josías, el cual comenzó a reinar desde la temprana edad de ocho años en Jerusalén, alcanzando a reinar por un total de treinta y un años sobre el pueblo. Sin embargo, el hecho de que contara con una corta edad no lo privó de efectuar grandes reformas en su tiempo, como por ejemplo el hecho de que “limpió” a Judá y a Jerusalén y a los lugares altos de todas las imágenes y esculturas idolátricas que habían adorado en los reinados anteriores los apóstatas hijos de Israel.

Asimismo ordenó que se recolectara ofrenda para la reconstrucción del Templo, el cual había quedado muy deteriorado, y a sus diez y ocho años, la obra de reconstrucción se dio por comenzada la obra, contratando a los mejores albañiles y arquitectos los cuales hacían con fidelidad su obra.

Un punto muy importante es el hecho de que en medio de todas estas reformas que el juvenil rey Josías emprendió durante los comienzos de su reinado, se dejó dirigir siempre por la mano de Dios. Esto lo comprobamos al leer en 2 Crónicas 34:14-18:

14 Y al sacar el dinero que había sido traído a la casa de Jehová, el sacerdote Hilcías halló el libro de la ley de Jehová dada por medio de Moisés.

15 Y dando cuenta Hilcías, dijo al escriba Safán: Yo he hallado el libro de la ley en la casa de Jehová. Y dio Hilcías el libro a Safán.

16 Y Safán lo llevó al rey, y le contó el asunto, diciendo: Tus siervos han cumplido todo lo que les fue encomendado.

17 Han reunido el dinero que se halló en la casa de Jehová, y lo han entregado en mano de los encargados, y en mano de los que hacen la obra.

18 Además de esto, declaró el escriba Safán al rey, diciendo: El sacerdote Hilcías me dio un libro. Y leyó Safán en él delante del rey.”

El hecho de haber hallado el libro de la Ley de Jehová es un detalle por demás importante y nos demuestra con claridad la necesidad y la importancia que el rey le dio al asunto. Si continuamos la lectura notaremos que el rasgó sus vestiduras y designó a los más altos dignatarios de su corte como los elegidos para ir y consultar a la profeta de Dios con respecto a qué hacer con los estatutos y ordenanzas que Dios les había mandado, (2 Crónicas 34:22).

Sin embargo lo más importante de todo es que en lugar de pensar que este libro de la Ley era anticuado, o que trataba de conceptos antiguos, o quizás que ya habían cambiado los tiempos, o podríamos añadir que quizás ya la Ley había sido abolida, etc…el rey Josías buscó la manera de obedecerlo ya que constituía la Ley de Dios, la cual por descuido y por desdén había sido olvidada por los hijos de Israel por tanto tiempo.

Si lugar a dudas es una actitud digna de admirar e incluso de aplaudir. Es un hecho que en nuestros días muchos aducen las mismas excusas que bien pudo haber usado el rey Josías para así librarse de los requerimientos de la justa y perfecta ley de Dios, “Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad. “ (Santiago 2:12).

Muchos tienden a confundir en nuestros días la Ley de Dios con una ley opresiva y abusiva, y que nos mantiene en esclavitud y que ya Cristo nos libertó. Sin embargo, previendo esto Jesús mismo nos dejó dicho en su Sermón del Monte:

17 No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.

18 Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley”

(Mateo 5:17-18)

Y más aún cuando leemos que esta Ley es su Ley de amor la cual nos da la plena libertad, y que es totalmente contraria a los razonamientos de “los hombres”, sin importar si son estos líderes, pastores, obispos, Papas, ancianos, ministros no importa. Si lo que cualquiera de estos “siervos de Dios” estuviere en alguna vez en conflicto con las Sagradas Escrituras debemos rechazarlo. Tal y como el mismo apóstol Pablo nos alertó en su epístola a los Gálatas:

Más si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.” (Gálatas 1:8)

Quiera Dios que así como el rey Josías, sin importar su corta edad, sin importar que lo que dijeran los que “tenían más experiencia” estuviera contrario a lo que decía el libro de la Ley, sin importar cuán dura fuera la oposición, le fue fiel a Dios, así también nosotros podamos guardar su Ley y sus estatutos, para así estar firmes y preparados para cuando seamos llamados a dar cuenta ante el justo tribunal de Dios.

“Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.”

(Eclesiastés 12:14)

La santificación verdadera es bíblica

martes, 18 de mayo de 2010
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La doctrina de la santificación verdadera es bíblica. El apóstol Pablo, en su carta a la iglesia de Tesalónica, declara: "Esta es la voluntad de Dios, es a saber, vuestra santificación." Y ruega así: "El mismo Dios de paz os santifique del todo." (1 Tesalonicenses 4: 3; 5: 23, V.M.) La Biblia enseña claramente lo que es la santificación, y cómo se puede alcanzarla. El Salvador oró por sus discípulos: "Santifícalos con la verdad: tu Palabra es la verdad." (S. Juan 17: 17, 19, V.M.) Y San Pablo enseña que los creyentes deben ser santificados por el Espíritu Santo. (Romanos 15: 16.) Cuál es la obra del Espíritu Santo? Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando viniere aquél, el Espíritu de verdad, él os guiará al conocimiento de toda la verdad." (S. Juan 16: 13, V.M.) Y el salmista dice: "Tu ley es la verdad." Por la Palabra y el Espíritu de Dios quedan de manifiesto ante los hombres los grandes principios de justicia encerrados en la ley divina. Y ya que la ley de Dios es santa, justa y buena, un trasunto de la perfección divina, resulta que el carácter formado por la obediencia a esa ley será santo. Cristo es ejemplo perfecto de semejante carácter. El dice: "He guardado los mandamientos de mi Padre." "Hago siempre las cosas que le agradan." (S. Juan 15: 10; 8: 29, V.M.) Los discípulos de Cristo han de volverse semejantes a él, es decir, adquirir por la gracia de Dios un carácter conforme a los principios de su santa ley. Esto es lo que la Biblia llama santificación.

Esta obra no se puede realizar sino por la fe en Cristo, por el poder del Espíritu de Dios que habite en el corazón. San Pablo amonesta a los creyentes: "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad." (Filipenses 2: 12, 13.) El cristiano sentirá las tentaciones del pecado, pero luchará continuamente contra él. Aquí es donde se necesita la ayuda de Cristo. La
debilidad humana se une con la fuerza divina, y la fe exclama: "A Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo." (1 Corintios 15: 57.)

Las Santas Escrituras enseñan claramente que la obra de santificación es progresiva. Cuando el pecador encuentra en la conversión la paz con Dios por la sangre expiatoria, la vida cristiana no ha hecho más que empezar. Ahora debe llegar "al estado de hombre perfecto;" crecer "a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo." El apóstol San Pablo dice: "Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús." (Filipenses 3: 13, 14.) Y San Pedro nos presenta los peldaños por los cuales se llega a la santificación de que habla la Biblia: "Poniendo de vuestra parte todo empeño, añadid a vuestra fe el poder; y al poder, la ciencia; y a la ciencia, la templanza; y a la templanza, la paciencia; y a la paciencia, la piedad; y a la piedad, fraternidad; y a la fraternidad, amor.... Porque si hacéis estas cosas, no tropezaréis nunca." (2 Pedro 1: 5-10, V.M.)

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Un Poder Misterioso que Convence

viernes, 14 de mayo de 2010
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¿COMO se justificará el hombre con Dios? ¿Cómo se hará justo el pecador? Solamente por intermedio de Cristo podemos ponernos en armonía con Dios y la santidad; pero, ¿cómo debemos ir a Cristo? Muchos formulan la misma pregunta que hicieron las multitudes el día de Pentecostés, cuando, convencidas de su pecado, exclamaron: "¿Qué haremos?" La primera palabra de contestación de Pedro fue: "Arrepentíos". Poco después, en otra ocasión, dijo: "Arrepentíos pues, y volveos a Dios; para que sean borrados vuestros pecados" (Hechos 2: 38; 3: 19). El arrepentimiento comprende tristeza por el pecado y abandono del mismo. No renunciaremos al pecado a menos que veamos su pecaminosidad; mientras no lo repudiemos de corazón, no habrá cambio real en la vida.

Hay muchos que no entienden la naturaleza verdadera del arrepentimiento. Gran número de personas se entristecen por haber pecado y aun se reforman exteriormente, porque temen que su mala vida les acarree sufrimientos. Pero esto no es arrepentimiento en el sentido bíblico. Lamentan la pena más bien que el pecado. Tal fue el dolor de Esaú cuando vio que había perdido su primogenitura para siempre. Balaam, aterrorizado por el ángel que estaba en su camino con la espada desnuda, reconoció su culpa 22 por temor de perder la vida; mas no experimentó un arrepentimiento sincero del pecado, ni un cambio de propósito, ni aborrecimiento del mal. Judas Iscariote, después de traicionar a su Señor, exclamó: "¡He pecado, entregando la sangre inocente!" (S. Mateo 27: 4).

Esta confesión fue arrancada a la fuerza de su alma culpable por un tremendo sentido de condenación y una pavorosa expectación de juicio. Las consecuencias que habían de resultarle lo llenaban de terror, pero no experimentó profundo quebrantamiento de corazón, ni dolor de alma por haber traicionado al Hijo inmaculado de Dios y negado al santo de Israel. Cuando Faraón sufría los juicios de Dios, reconoció su pecado a fin de escapar del castigo, pero volvió a desafiar al cielo tan pronto como cesaron las plagas. Todos éstos lamentaban los resultados del pecado, pero no sentían tristeza por el pecado mismo.

Mas cuando el corazón cede a la influencia del Espíritu de Dios, la conciencia se vivifica y el pecador discierne algo de la profundidad y santidad de la sagrada ley de Dios, fundamento de su gobierno en los cielos y en la tierra. "La Luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo" (S. Juan 1: 9), ilumina las cámaras secretas del alma y se manifiestan las cosas ocultas. La convicción se posesiona de la mente y del corazón. El pecador tiene entonces conciencia de la justicia de Jehová y siente terror de aparecer en su iniquidad e impureza delante del que escudriña los corazones. Ve el amor de Dios, la belleza de la santidad y el gozo de la pureza. Ansía ser purificado y restituido a la comunión del cielo.

La oración de David después de su caída es una ilustración de la naturaleza del verdadero dolor por el pecado. Su arrepentimiento era sincero y profundo. No hizo ningún esfuerzo por atenuar su crimen; ningún deseo de escapar del juicio que lo amenazaba inspiró su oración. David veía la enormidad de su transgresión; veía las manchas de su alma; aborrecía su pecado. No imploraba solamente el perdón, sino también la pureza del corazón. Deseaba tener el gozo de la santidad -ser restituido a la armonía y comunión con Dios. Este era el lenguaje de su alma:

"¡Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado!
¡Bienaventurado el hombre a quien Jehová no atribuye la iniquidad, cuyo espíritu no hay engaño! (Salmo 32: 1, 2)

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Nuestra felíz esperanza

jueves, 29 de abril de 2010
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Muchas son las figuras por las cuales el Espíritu de Dios ha procurado ilustrar esta verdad y hacerla clara a las almas que desean verse libres de la carga del pecado. Cuando Jacob pecó, engañando a Esaú, y huyó de la casa de su padre, estaba abrumado por el conocimiento de su culpa. Solo y abandonado como estaba, separado de todo lo que le hacía preciosa la vida, el único pensamiento que sobre todos los otros oprimía su alma, era el temor de que su pecado lo hubiese apartado de Dios, que fuese abandonado del cielo. En medio de su tristeza, se recostó para descansar sobre la tierra desnuda. Rodeábanlo solamente las solitarias montañas, y cubríalo la bóveda celeste con su manto de estrellas. Habiéndose dormido, una luz extraordinaria se le apareció en su sueño; y he aquí, de la llanura donde estaba recostado, una inmensa escalera simbólica parecía conducir a lo alto, hasta las mismas puertas del cielo, y los ángeles de Dios subían y descendían por ella; al paso que de la gloria de las alturas se oyó la voz divina que pronunciaba un mensaje de consuelo y esperanza. Así hizo Dios conocer a Jacob aquello que satisfacía la necesidad y el ansia de su alma: un Salvador. Con gozo y gratitud vio revelado un camino por el cual él, como pecador, podía ser restaurado a la comunión con Dios. La mística escalera de su sueño representaba a Jesús, el único medio de comunicación entre Dios y el hombre.

Esta es la misma figura a la cual Cristo se refirió en su conversación con Natanael, cuando dijo: "Veréis abierto el cielo, y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre" (S. Juan 1: 51). Al caer, el hombre se apartó de Dios: la tierra fue cortada del cielo. A través del abismo existente entre ambos no podía haber ninguna comunión. Mas mediante Cristo, el mundo está unido otra vez con el cielo. Con sus propios méritos, Cristo ha salvado el abismo que el pecado había hecho, de tal manera que los hombres pueden tener comunión con los ángeles ministradores. Cristo une al hombre caído, débil y miserable, con la Fuente del poder Infinito.
Mas vanos son los sueños de progreso de los hombres, vanos todos sus esfuerzos por elevar a la humanidad, si menosprecian la única fuente de esperanza y amparo para la raza caída. "Toda dádiva buena y todo don perfecto" (Santiago 1: 17) es de Dios. No hay verdadera excelencia de carácter fuera de él. Y el único camino para ir a Dios es Cristo, quien dice: "Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida; nadie viene al Padre sino por mí". (S. Juan 14: 6)

El corazón de Dios suspira por sus hijos terrenales con un amor más fuerte que la muerte. Al dar a su Hijo nos ha vertido todo el cielo en un don. La vida, la muerte y la intercesión del Salvador, el ministerio de los ángeles, la imploración del Espíritu Santo, el Padre que obra sobre todo y por todo, el interés incesante de los seres celestiales: todos están empeñados en la redención del hombre.

¡Oh, contemplemos el sacrificio asombroso que ha sido hecho por nosotros! Procuremos apreciar el trabajo y la energía que el cielo está empleando para rescatar al perdido y traerlo de nuevo a la casa de su Padre. Jamás podrían haberse puesto en acción motivos más fuertes y energías más poderosas: los grandiosos galardones por el bien hacer, el goce del cielo, la compañía de los ángeles, la comunión y el amor de Dios y de su Hijo, la elevación y el acrecentamiento de todas nuestras facultades por las edades eternas, ¿no son éstos incentivos y estímulos poderosos que nos instan a dedicar a nuestro Creador y Salvador el amante servicio de nuestro corazón?
Y por otra parte, los juicios de Dios pronunciados contra el pecado, la retribución inevitable, la degradación de nuestro carácter y la destrucción final, se presentan en la Palabra de Dios para amonestarnos contra el servicio de Satanás.

¿No apreciaremos la misericordia de Dios? ¿Qué más podía hacer? Pongámonos en perfecta relación con Aquel que nos ha amado con estupendo amor. Aprovechemos los medios que nos han sido provistos para que seamos transformados conforme a su semejanza y restituidos a la comunión de los ángeles ministradores, a la armonía y comunión del Padre y el Hijo.

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La más urgente necesidad del hombre

miércoles, 28 de abril de 2010
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EL HOMBRE estaba dotado originalmente de facultades nobles y de un entendimiento bien equilibrado. Era perfecto y estaba en armonía con Dios. Sus pensamientos eran puros, sus designios santos. Pero por la desobediencia, sus facultades se pervirtieron y el egoísmo sustituyó al amor. Su naturaleza se hizo tan débil por la transgresión, que le fue imposible, por su propia fuerza, resistir el poder del mal. Fue hecho cautivo por Satanás, y hubiera permanecido así para siempre si Dios no hubiese intervenido de una manera especial. El propósito del tentador era contrariar el plan que Dios había tenido al crear al hombre y llenar la tierra de miseria y desolación. Quería señalar todo este mal como el resultado de la obra de Dios al crear al hombre.

El hombre, en su estado de inocencia, gozaba de completa comunión con Aquel "en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Colosenses 2: 3.) Mas después de su caída, no pudo encontrar gozo en la santidad y procuró ocultarse de la presencia de Dios. Y tal es aún la condición del corazón no renovado. No está en armonía con Dios, ni encuentra gozo en la comunión con él. El pecador no podría ser feliz en la presencia de Dios; le desagradaría 16 la compañía de los seres santos. Y si se le pudiese permitir entrar en el cielo, no hallaría alegría en aquel lugar. El espíritu de amor puro que reina allí donde responde cada corazón al corazón del Amor Infinito, no haría vibrar en su alma cuerda alguna de simpatía. Sus pensamientos, sus intereses, sus móviles, serían distintos de los que mueven a los moradores celestiales. Sería una nota discordante en la melodía del cielo. El cielo sería para él un lugar de tortura. Ansiaría ocultarse de la presencia de Aquel que es su luz y el centro de su gozo. No es un decreto arbitrario de parte de Dios el que excluye del cielo a los malvados: ellos mismos se han cerrado las puertas por su propia ineptitud para aquella compañía. La gloria de Dios sería para ellos un fuego consumidor. Desearían ser destruidos para esconderse del rostro de Aquel que murió por salvarlos.

Es imposible que escapemos por nosotros mismos del abismo del pecado en que estamos sumidos. Nuestro corazón es malo y no lo podemos cambiar. "¿Quién podrá sacar cosa limpia de inmunda? Ninguno" (Job 14: 4 )"Por cuanto el ánimo carnal es enemistad contra Dios; pues no está sujeto a la ley de Dios, ni a la verdad lo puede estar" (Romanos 8: 7). La educación, la cultura, el ejercicio de la voluntad, el esfuerzo humano todos tienen su propia esfera, pero para esto no tienen ningún poder. Pueden producir una corrección externa de la conducta, pero no pueden cambiar el corazón; no pueden purificar las fuentes de la vida. Debe haber un poder que obre en el interior, una vida nueva de lo alto,17 antes de que el hombre pueda convertirse del pecado a la santidad. Ese poder es Cristo. Solamente su gracia puede vivificar las facultades muertas del alma y atraerlas a Dios, a la santidad. El Salvador dijo: "A menos que el hombre naciere de nuevo", a menos que reciba un corazón nuevo, nuevos deseos, designios y móviles que lo guíen a una nueva vida, "no puede ver el reino de Dios" (S. Juan 3: 3).

La idea de que solamente es necesario desarrollar lo bueno que existe en el hombre por naturaleza, es un engaño fatal. "El hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios; porque le son insensatez; ni las puede conocer, por cuanto se disciernen espiritualmente" (1 Corintios 2: 14). "No te maravilles de que te dije: os es necesario nacer de nuevo" (S. Juan 3: 7.) De Cristo está escrito: "En él estaba la vida; y la vida era la luz de los hombres" (S. Juan 1: 4), el único "nombre debajo del cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos" (Hechos 4: 12).

No basta comprender la bondad amorosa de Dios, ni percibir la benevolencia y ternura paternal de su carácter. No basta discernir la sabiduría y justicia de su ley, ver que está fundada sobre el eterno principio del amor. El apóstol Pablo veía todo esto cuando exclamó: "Consiento en que la ley es buena", "la ley es santa, y el mandamiento, santo y justo y bueno". Mas él añadió en la amargura de su alma agonizante y desesperada: "Soy carnal, vendido bajo el poder del pecado" (Romanos 7: 12, 14). Ansiaba la pureza, la justicia que no podía alcanzar por sí mismo, y dijo: "¡Oh hombre infeliz que soy! ¿quién me libertará de este cuerpo de muerte?" (Romanos 7: 24).

La misma exclamación ha subido en todas partes y en todo tiempo, de corazones
sobrecargados. No hay más que una contestación para todos: "'¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!" (S. Juan 1: 29).

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¡Hijos del Rey celestial! ¡Promesa preciosa!

lunes, 26 de abril de 2010
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El precio pagado por nuestra redención, el sacrificio infinito que hizo nuestro Padre celestial al entregar a su Hijo para que muriese por nosotros, debe darnos un concepto elevado de lo que podemos ser hechos por Cristo. Al considerar el inspirado apóstol Juan "la altura", "la profundidad" y "la anchura" del amor del Padre hacia la raza que perecía, se llena de alabanzas y reverencia, y no pudiendo encontrar lenguaje conveniente en que expresar la grandeza y ternura de este amor, exhorta al mundo a contemplarlo. "¡Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios!" (1 S. Juan 3: 1) ¡Qué valioso hace esto al hombre! Por la transgresión, los hijos del hombre se hacen súbditos de Satanás. Por la fe en el sacrificio reconciliador de Cristo, los hijos de Adán pueden ser hechos hijos de Dios. Al revestirse de la naturaleza humana, Cristo eleva a la humanidad. Los hombres caídos son colocados donde pueden, por la relación con Cristo, llegar a ser en verdad dignos del nombre de "hijos de Dios".

Tal amor es incomparable. ¡Hijos del Rey celestial! ¡Promesa preciosa! ¡Tema para la más
profunda meditación! ¡El incomparable amor de Dios para con un mundo que no lo amaba! Este pensamiento tiene un poder subyugador y cautiva el entendimiento a la voluntad de Dios. Cuanto más estudiamos el carácter divino a la luz de la cruz, más vemos la misericordia, la ternura y el perdón unidos a la equidad y la justicia, y más claramente discernimos pruebas innumerables de un amor infinito y de una tierna piedad que sobrepuja la ardiente simpatía y los anhelosos sentimientos de la madre para con su hijo extraviado.

"Romperse puede todo lazo humano, Separarse el hermano del hermano, Olvidarse la madre de sus hijos, Variar los astros sus senderos fijos; Mas ciertamente nunca cambiará El amor providente de Jehová".

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Su amor infinito sobre un mundo caído

sábado, 24 de abril de 2010
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Jesús vivió, sufrió y murió para redimirnos. El se hizo "Varón de dolores" para que nosotros fuésemos hechos participantes del gozo eterno. Dios permitió que su Hijo amado, lleno de gracia y de verdad, viniese de un mundo de indescriptible gloria, a un mundo corrompido y manchado por el pecado, oscurecido con la sombra de la muerte y la maldición. Permitió que dejase el seno de su amor, la adoración de los ángeles, para sufrir vergüenza, insulto, humillación, odio y muerte. "El castigo de nuestra paz cayó sobre él, y por sus llagas nosotros sanamos" (Isaías 53: 5).

¡Miradlo en el desierto, en el Getsemaní, sobre la cruz! El Hijo inmaculado de Dios tomó sobre sí la carga del pecado. El que había sido uno con Dios, sintió en su alma la terrible separación que hace el pecado entre Dios y el hombre. Esto arrancó de sus labios el angustioso clamor: "¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿por qué me has desamparado?" (S. Mateo 27: 46). La carga del pecado, el conocimiento de su terrible enormidad y de la separación que causa entre el alma y Dios, quebrantó el corazón del Hijo de Dios.

Pero este gran sacrificio no fue hecho a fin de crear amor en el corazón del Padre para con el hombre, ni para moverlo a salvar. ¡No, no! "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito" (S. Juan 3: 16). No es que el Padre nos ame por causa de la gran propiciación, sino que proveyó la propiciación porque nos ama. Cristo fue el medio por el cual él pudo derramar su amor infinito sobre un mundo caído. "Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo mismo al mundo" (2 Corintios 5: 19). Dios sufrió con su Hijo. En la agonía del Getsemaní, en la muerte del Calvario, el corazón del Amor Infinito pagó el precio de nuestra redención.

Jesús decía: "Por esto el Padre me ama, por cuanto yo pongo mi vida para volverla a tomar" (S. Juan 10: 17). Es decir: "De tal manera os amaba mi Padre, que aún me ama más porque he dado mi vida para redimiros. Por haberme hecho vuestro Sustituto y Fianza, por haber entregado mi vida y tomado vuestras responsabilidades, vuestras transgresiones, soy más caro a mi Padre; por mi sacrificio, Dios puede ser justo y, sin embargo, el justificador del que cree en Jesús".´
Nadie sino el Hijo de Dios podía efectuar nuestra redención; porque sólo él, que estaba en el seno del Padre podía darlo a conocer. Sólo él, que conocía la altura y la profundidad del amor de Dios, podía manifestarlo. Nada menos que el infinito sacrificio hecho por Cristo en favor del hombre caído podía expresar el amor del Padre hacia la perdida humanidad.

"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito". Lo dio no solamente para que viviese entre los hombres, no sólo para que llevase los pecados de ellos y muriese como su sacrificio; lo dio a la raza caída. Cristo debía identificarse con los intereses y necesidades de la humanidad. El que era uno con Dios se ha unido con los hijos de los hombres con lazos que jamás serán quebrantados. Jesús "no se avergüenza de llamarlos hermanos" (Hebreos 2: 11). Es nuestro Sacrificio, nuestro Abogado, nuestro Hermano, lleva nuestra forma humana delante del trono del Padre, y por las edades eternas será uno con la raza que ha redimido: es el Hijo del hombre. Y todo esto para que el hombre fuese levantado de la ruina y degradación del pecado, para que reflejase el amor de Dios y participase del gozo de la santidad.

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El Supremo Amor de Dios

viernes, 23 de abril de 2010
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La naturaleza y la revelación a una dan testimonio del amor de Dios. Nuestro Padre celestial es la fuente de vida, de sabiduría y de gozo. Mirad las maravillas y bellezas de la naturaleza. Pensad en su prodigiosa adaptación a las necesidades y a la felicidad, no solamente del hombre, sino de todas las criaturas vivientes. El sol y la lluvia que alegran y refrescan la tierra; los montes, los mares y los valles, todos nos hablan del amor del Creador. Dios es el que suple las necesidades diarias de todas sus criaturas. Ya el salmista lo dijo en las bellas palabras siguientes:
"Los ojos de todos miran a ti, Y tú les das su alimento a su tiempo. Abres tu mano, Y satisfaces el deseo de todo ser viviente". (Salmo 145: 15, 16.)

Dios hizo al hombre perfectamente santo y feliz; y la hermosa tierra no tenía, al salir de la mano del Creador, mancha de decadencia, ni sombra de maldición. La transgresión de la ley de Dios, de la ley de amor, es lo que ha traído consigo dolor y muerte. Sin embargo, en medio del sufrimiento que resulta del pecado se manifiesta el amor de Dios. Está escrito que 8 Dios maldijo la tierra por causa del hombre. (Génesis 3: 17) Los cardos y espinas - las dificultades y pruebas que hacen de su vida una vida de afán y cuidado - le fueron asignados para su bien, como parte de la preparación necesaria, según el plan de Dios, para su elevación de la ruina y degradación que el pecado había causado. El mundo, aunque caído, no es todo tristeza y miseria. En la naturaleza misma hay mensajes de esperanza y consuelo. Hay flores en los cardos y las espinas están cubiertas de rosas.

"Dios es amor", está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada tallo de la naciente hierba. Los hermosos pájaros que llenan el aire de melodías con sus preciosos cantos, las flores exquisitamente matizadas que en su perfección perfuman el aire, los elevados árboles del bosque con su rico follaje de viviente verdor, todos dan testimonio del tierno y paternal cuidado de nuestro Dios y de su deseo de hacer felices a sus hijos.

La Palabra de Dios revela su carácter. El mismo ha declarado su infinito amor y piedad. Cuando Moisés dijo: "Ruégote me permitas ver tu gloria", Jehová respondió: "Yo haré que pase toda mi benignidad ante tu vista". (Éxodo 33: 18, 19) Tal es su gloria. Jehová pasó delante de Moisés y clamó: "Jehová, Jehová, Dios compasivo y clemente lento en iras y grande en misericordia y en Fidelidad; que usa de misericordia hasta la milésima generación; que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado". (Éxodo 34: 6, 7) "Lento en iras y grande en misericordia" (Jonás 4: 2) "Porque se deleita en la misericordia". (Miqueas 7: 18)

Dios ha unido nuestros corazones a él con pruebas innumerables en los cielos y en la tierra. Mediante las cosas de la naturaleza y los más profundos y tiernos lazos que el corazón humano pueda conocer en la tierra, ha procurado revelársenos. Con todo, estas cosas sólo representan imperfectamente su amor. Aunque se habían dado todas estas pruebas evidentes, el enemigo del bien cegó el entendimiento de los hombres, para que éstos mirasen a Dios con temor, para que lo considerasen severo e implacable. Satanás indujo a los hombres a concebir a Dios como un ser cuyo principal atributo es una justicia inexorable, como un juez severo, un duro, estricto acreedor. Pintó al Creador como un ser que está velando con ojo celoso por discernir los errores y faltas de los hombres, para visitarlos con juicios. Por esto vino Jesús a vivir entre los hombres, para disipar esa densa sombra, revelando al mundo el amor infinito de Dios.
El Hijo de Dios descendió del cielo para manifestar al Padre.

"A Dios nadie jamás le ha visto: el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer". (S. Juan 1: 18) "Ni al Padre conoce nadie, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar". (S. Mateo 11: 27) Cuando uno de sus discípulos le dijo: "Muéstranos al Padre", Jesús respondió: "Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre: ¿Cómo pues dices tú: Muéstranos al Padre? " (S. Juan 14: 8, 9).
Jesús dijo, describiendo su misión terrenal: Jehová "me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres; me a enviado para proclamar a los cautivos, y a los ciegos recobro la vista para poner en libertad a los oprimidos". (s. Lucas 4: 18.), esta era su obra. Pasó haciendo bien y sanando a todos los oprimidos de Satanás.

Había aldeas enteras donde no se oía un gemido de dolor en casa alguna, porque él había pasado por ellas y sanado a todos sus enfermos. Su obra demostraba su divina unción. En cada acto de su vida revelaba amor, misericordia y compasión; su corazón rebosaba de tierna simpatía por los hijos de los hombres. Tomó la naturaleza del hombre para poder simpatizar con sus necesidades. Los más pobres y humildes no tenían temor de allegársele. Aun los niñitos se sentían atraídos hacia él. Les gustaba subir a sus rodillas y contemplar ese rostro pensativo, que irradiaba benignidad y amor, Jesús no suprimió una palabra de verdad, sino que profirió siempre la verdad con amor. Hablaba con el mayor tacto, cuidado y misericordiosa atención, en su trato con
las gentes. Nunca fue áspero, nunca habló una palabra severa innecesariamente, nunca dio a un alma sensible una pena innecesaria. No censuraba la debilidad humana. Hablaba la verdad, pero siempre con amor. Denunciaba la hipocresía, la incredulidad y la iniquidad; pero las lágrimas velaban su voz cuando profería sus fuertes reprensiones. Lloró sobre Jerusalén, la ciudad amada que rehusó recibirlo, a él, el Camino, la Verdad y la Vida. Habían rechazado al Salvador, mas él los consideraba con piadosa ternura. La suya fue una vida de abnegación y verdadera solicitud por los demás. Toda alma era preciosa a sus ojos.

A la vez que siempre llevaba consigo la dignidad divina, se inclinaba con la más tierna consideración hacia cada uno de los miembros de la familia de Dios. En todos los hombres veía almas caídas a quienes era su misión salvar.
Tal es el carácter de Cristo como se revela en su vida. Este es el carácter de Dios. Del corazón del Padre es de donde manan los ríos de compasión divina, manifestada en Cristo para todos los hijos de los hombres. Jesús el tierno y piadoso Salvador, era Dios "manifestado en la carne" (1 Timoteo 3: 16) .

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UNÁNIMES

lunes, 19 de abril de 2010
Posted by P.F.


"El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo." (1 Juan 2: 6).
Muchos están en el territorio encantado del enemigo. Cosas superfluas como fiestas fatuas, cantos, bromas y chistes ocupan sus mentes, de modo que sirven a Dios con corazón dividido. Cuando hacen estas cosas un ser invisible se encuentra entre ustedes. Satanás está presente con regocijo infernal. No se presta atención a esta declaración de Cristo: "Ninguno puede servir a dos señores" (Mat. 6: 24).

Después de la ascensión de Cristo, el Espíritu Santo no descendió inmediatamente. Pasaron diez días antes que el Espíritu Santo fuera derramado. Los discípulos dedicaron ese tiempo a prepararse con mucho fervor a fin de recibir tan precioso don. Los ricos tesoros del cielo fueron derramados sobre ellos después de escudriñar diligentemente sus corazones y sacrificar todo ídolo. Estaban ante Dios para humillar sus almas, fortalecer su fe y confesar sus pecados. Sus corazones latían al unísono. "Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados" (Hech. 2: 1, 2).

La iglesia necesita una experiencia similar aquí mismo, en el gran corazón de la obra.* ¿Estamos examinando nuestros corazones y preparándonos para recibir la gracia celestial? El Señor está esperando para poder derramarla.
Dios se revelará a su pueblo, pero todos debemos estar empeñados en la obra de buscarlo. . . La tarea que se debe llevar a cabo en este tiempo es de lo más importante. Esta es una cuestión de vida o muerte. . .

¿Se le permitirá al enemigo, precisamente en este tiempo solemne, que cree tal ambiente de diversión y placer, que absorba las mentes y las llene de cosas vanas y pensamientos frívolos que no tienen nada que ver con Dios, ni con la eternidad ni con el cielo?

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"Consumado es"

viernes, 2 de abril de 2010
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Cristo no entregó su vida hasta que hubo cumplido la obra que había venido a hacer, y con su último aliento exclamó: "Consumado es." La batalla había sido ganada. Su diestra y su brazo santo le habían conquistado la victoria. Como Vencedor, plantó su estandarte en las alturas eternas. ¡Qué gozo entre los ángeles! Todo el cielo se asoció al triunfo de Cristo. Satanás, derrotado, sabía que había perdido su reino.

El clamor, "Consumado es," tuvo profundo significado para los ángeles y los mundos que no habían caído. La gran obra de la redención se realizó tanto para ellos como para nosotros. Ellos comparten con nosotros los frutos de la victoria de Cristo. Hasta la muerte de Cristo, el carácter de Satanás no fue revelado claramente a los ángeles ni a los mundos que no habían caído. El gran apóstata se había revestido de tal manera de engaño que aun los seres santos no habían comprendido sus principios. No habían percibido claramente la naturaleza de su rebelión. Era un ser de poder y gloria admirables el que se había levantado contra Dios.

Acerca de Lucifer el Señor dice: "Tú echas el sello a la proporción, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura." Lucifer había sido el querubín cubridor. Había estado en la luz de la presencia de Dios. Había sido el más alto de todos los seres creados y el primero en revelar los propósitos de Dios al universo. Después que hubo pecado, su poder seductor era tanto más engañoso y resultaba tanto más difícil desenmascarar su carácter cuanto más exaltada había sido la posición que ocupara cerca del Padre. Dios podría haber destruido a Satanás y a los que simpatizaban con él tan fácilmente como nosotros podemos arrojar una piedrecita al suelo; pero no lo hizo.

La rebelión no se había de vencer por la fuerza. Sólo el gobierno satánico recurre al poder compulsorio. Los principios del Señor no son de este orden. Su autoridad descansa en la bondad, la misericordia y el amor; y la presentación de estos principios es el medio que quiere emplear. El gobierno de Dios es moral, y la verdad y el amor han de ser la fuerza que lo haga prevalecer.

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El Sermón del Monte

sábado, 20 de marzo de 2010
Posted by P.F.


El Sermón del Monte es una bendición del cielo para el mundo, una voz
proveniente del trono de Dios. Fue dado a la humanidad como ley que enunciara
sus deberes y luz proveniente del cielo, para infundirle esperanza y consolación en
el desaliento; gozo y estímulo en todas las vicisitudes de la vida. En él oímos al
Príncipe de los predicadores, el Maestro supremo, pronunciar las palabras que su
Padre le inspiró.

Las bienaventuranzas son el saludo de Cristo, no sólo para los que creen, sino
también para toda la familia humana. Parece haber olvidado Por un momento que
está en el mundo, y no en el cielo, pues emplea el saludo familiar del mundo de la
luz. Las bendiciones brotan de sus labios como el agua cristalina de un rico
manantial de vida sellado durante mucho tiempo.

Cristo no permite que permanezcamos en la duda con respecto a los rasgos de
carácter que él siempre reconoce y bendice. Apartándose de los ambiciosos y
favoritos del mundo, se dirige a quienes ellos desprecian, y llama bienaventurados
a quienes reciben su luz y su vida. Abre sus brazos acogedores a los pobres de
espíritu, a los mansos, a los humildes, a los acongojados, a los despreciados, a
los perseguidos, y les dice: "Venid a mí y yo os haré descansar".

Cristo puede mirar la miseria del mundo sin una sombra de pesar por haber
creado al hombre. Ve en el corazón humano más que el pecado y la miseria. En
su sabiduría y amor infinitos, ve las posibilidades del hombre, las que puede
alcanzar. Sabe que aunque los seres humanos hayan abusado de sus
misericordias y hayan destruido la dignidad que Dios les concediera, el Creador
será glorificado con su redención.

A través de los tiempos, las palabras dichas por Jesús desde la cumbre del monte
de las Bienaventuranzas conservarán su poder. Cada frase es una joya de verdad.
Los principios enunciados en este discurso se aplican a todas las edades a todas
las clases sociales. Con energía divina, Cristo expresó su fe y esperanza, al
señalar como bienaventurados a un grupo tras otro por haber desarrollado un
carácter justo. Al vivir la vida del Dador de toda existencia mediante la fe en él,
todos los hombres pueden alcanzar la norma establecida en sus palabras.

La espiritualidad frena los efectos del Alzheimer

viernes, 12 de febrero de 2010
Posted by P.F.

Según los científicos, los enfermos con un bajo nivel de espiritualidad registran un 10% más de pérdida de capacidades en comparación con los tienen un nivel de religiosidad o espiritualidad medio-alto.

La espiritualidad frena la progresión de la demencia senil, según demuestra un estudio realizado por un grupo de investigadores de la Clínica geriátrica de la Universidad de Padua (norte de Italia).

La investigación, que ha sido dirigida por el profesor Enzo Manzato y recientemente publicada por la revista especializada ´Current Alzheimer Research´, se basa en el seguimiento realizado a 64 pacientes de Alzheimer a lo largo de un año entero.

En declaraciones recogidas por diversos medios italianos, Manzato explicó que, "como es sabido, los estímulos sensoriales procedentes de una vida social normal aminoran la decadencia cognitiva”.

Sin embargo, en el caso de este estudio es "precisamente la espiritualidad interior la que es capaz de aminorar esta pérdida". En cuanto al tipo de espiritualidad estudiada, precisó que no se trata de "una ritualidad a la que se asocian determinados comportamientos sociales sino de la tendencia a creer en una entidad espiritual", es decir, una fe real más allá del rito religioso.

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Llamamiento de la ONU: Las mujeres pueden hacer más efectiva la ayuda en Haití

viernes, 5 de febrero de 2010
Posted by P.F.

El Comité sobre la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer de Naciones Unidas (CEDAW, en sus siglas en inglés) ha instado a las mujeres haitianas a desarrollar un papel más importante en la crisis humanitaria desatada tras el terremoto para mejorar las labores de ayuda y ejecutar con mayor eficacia los planes de emergencia.

"Las necesidades y capacidades de las mujeres deben tenerse en cuenta en todos los sectores y agrupaciones de la respuesta de emergencia, ya que el papel de la mujer es fundamental para recuperación temprana, la aplicación efectiva y la sostenibilidad a largo plazo", dijo la directora de la CEDAW, Naela Mohamed Gabr.

El comité señaló que las responsabilidades de las mujeres se multiplican en este tipo de desastres naturales debido al papel que desempeñan en el cuidado de niños, ancianos, discapacitados y heridos, así como en la gestión de la economía doméstica y en la distribución de alimentos en el seno de la familia.

No obstante, la funcionaria de Naciones Unidas indicó que pese a su importancia en la gestión de este tipo de crisis, su margen de actuación se ve mermado por su vulnerabilidad y sus propias necesidades que, en muchas ocasiones, son las últimas en satisfacerse.

"Si bien la fortaleza y la resistencia de las mujeres están en alta demanda después de emergencias tales, éstas no pueden cumplir adecuadamente dichas funciones si sus necesidades básicas no están cubiertas. Si las mujeres son para cuidar a los demás, su propia seguridad, dignidad, salud y problemas nutricionales deben ser satisfechas", añadió Gabr.

Entre las necesidades más urgentes de este colectivo se encuentra la seguridad, ya que es uno de los grupos de población más expuestos a todo tipo de violencia y abusos como consecuencia de la anarquía imperante en estos momentos y de la falta de una vivienda que les sirva de refugio ante dichas agresiones.

"La protección de los Derechos Humanos de las mujeres es tan importante como prestar atención médica de urgencia, alimentos y vivienda", apuntó la diplomática, al tiempo que propuso a los equipos destacados en Haití la creación de unidades especiales orientados a la protección de mujeres y niños.

El propio organismo dispuso nada más producirse el seísmo un monto total de 2 millones de dólares (1,43 millones de euros) procedentes del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM) con el fin de proporcionar servicios de urgencia para la protección de las mujeres y sus familias.

FUENTE: http://www.europapress.es/epsocial/igualdad-00328/noticia-mujeres-pueden-hacer-mas-efectiva-ayuda-haiti-20100202081338.html

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¿Qué sentido tiene el sufrimiento?

miércoles, 20 de enero de 2010
Posted by P.F.

Podemos hallarles sentido a los chascos y tristezas que nos depara la vida? ¿Podemos responder de una manera valiente y creativa ante nuestras pérdidas? A veces la respuesta es clara y a veces no lo es.1

Hace años, el presidente de una compañía para la cual yo trabajaba, me prometió un cargo que era mejor que cualquier cosa que yo hubiera esperado. Pero cuando llegó su carta oficial varias semanas más tarde, decía que las cosas habían cambiado y que en cambio se me asignaría otro lugar. Me chasqueé amargamente. Me preguntaba por qué Dios me había decepcionado así. Sin embargo, pocos meses después, comprendí que mi nueva situación era mejor que lo que yo había esperado. Lo que parecía ser un revés se convirtió en una bendición, y me sentí agradecido por la manera en que Dios había dirigido mi vida. Experiencias como ésta respaldan la convicción de que hay un propósito detrás de las aparentes tragedias que nos sobrevienen. Como dice Pablo, “todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28).*

Por otra parte, hay casos de sufrimiento que resisten este patrón tranquilizador. Por ejemplo, durante los últimos tres años un amigo mío de tiempos estudiantiles perdió a su hijo en un accidente de aviación, la hija de otro amigo fue asesinada brutalmente, una colega de enseñanza murió de cáncer dejando a su esposo con dos niños pequeños, y un adolescente a quien conozco quedó parapléjico cuando un accidente de automóvil le quebró la nuca. Podemos ver la mano de Dios en los chascos menores de la vida, ¿pero qué diremos del sufrimiento incalculable, o de “los males horrendos”, como los llama un escritor? En casos como estos, la pérdida es catastrófica; excede a cualquier bien posible que podría derivarse de ellos. Por lo tanto, ¿dónde está Dios cuando la adversidad realmente causa dolor? ¿Por qué no nos protege de daños y nos libra del mal?

La pregunta es tan antigua como el tiempo y tan actual como los titulares del periódico de esta mañana. Nada es más penetrante que el sufrimiento. Tarde o temprano le llega a todos, y siempre plantea preguntas perturbadoras. En su éxito de librería sobre el tema, el rabino Harold Kushner afirma: “Hay una sola pregunta que realmente interesa: ¿Por qué les ocurren cosas malas a los buenos? Toda otra disquisición teológica es un desvío intelectual”.2

Es un hecho curioso que el sufrimiento parece tomarnos por sorpresa. Nada es más obvio que el hecho de que todos sufren. Sin embargo, nada parece más incomprensible que nuestro propio sufrimiento. El escritor William Saroyan dijo supuestamente: “Sabía que todos mueren. Sin embargo en mi caso pensé que habría una excepción”. La sobria realidad es que no hay excepciones. Ni para la gente buena. Ni aun para los cristianos. Tarde o temprano todos tenemos que sufrir.

Y la gente reacciona ante el sufrimiento en formas sorprendentemente diferentes. Para algunos, el sufrimiento es un desafío tremendo para la fe. Para los filósofos, el sufrimiento es la mayor dificultad que tiene que enfrentar la religión. Alguien dice que es el único argumento ateísta que merece ser considerado seriamente. Otro dice que el sufrimiento inmerecido es un obstáculo para la fe, mayor que todas las objeciones teóricas puestas juntas que jamás se hayan ideado. El sufrimiento inmerecido es la “roca sobre la cual descansa el ateísmo”. Al mismo tiempo, a veces el sufrimiento tiene un efecto positivo sobre la creencia religiosa. Muchos descubren que se acercan a Dios cuando sufren. Alguien que pasó durante seis años trabajando en un hospicio dijo que nadie muere como ateo. Todas los que conoció hicieron las paces con Dios en sus últimos momentos.

La majestad de Dios y la realidad de la vida

El sufrimiento es un problema particular para nosotros los cristianos debido a nuestra creencia en Dios. ¿Qué actitud tendremos ante la discrepancia aparente entre la majestad de Dios y las realidades de la vida? Si Dios es supremamente poderoso y supremamente bueno, ¿por qué todo el mundo sufre? Un Ser perfecto podría crear cualquier clase de mundo que desease. Si existiera un ser tal, ¿no eliminaría el sufrimiento, o lo prevendría, o al menos lo limitaría?

Históricamente, la gente ha respondido a este problema de dos maneras principales. Una, es la de trasladar el sufrimiento fuera de la voluntad de Dios, sostener que Dios no es responsable del sufrimiento. La versión más popular de este enfoque apela al libre albedrío. Dios dotó a sus criaturas con la capacidad de obedecer o desobedecer. Ellas desobedecieron y ahora el mundo sufre las consecuencias. Por lo tanto, es la rebelión de las criaturas lo que en última instancia da razón de las tristezas del mundo. Dios no las causó o las quiso. Nunca fue el plan de Dios que sufriéramos.

La respuesta contrastante es colocar el sufrimiento dentro de la voluntad de Dios. Las cosas pueden estar aparentemente fuera de control, sostiene esta línea de pensamiento, pero no obstante Dios está completamente a cargo de la situación, y todo lo que ocurre tiene su lugar en su plan. Quizás no comprendamos por qué Dios hace lo que hace, pero podemos tener la seguridad de que todo es para bien. Todo aquello por lo que pasamos, aun los capítulos más oscuros de nuestra vida, es precisamente lo que necesitamos. A su debido tiempo, veremos que el camino de Dios es perfecto.

Cada respuesta suscita preguntas, y cada réplica levanta aun más preguntas en un ciclo interminable de punto y contrapunto filosófico. Tales discusiones cumplen un propósito, pero su valor para ayudarnos cuando enfrentamos nuestro propio sufrimiento es limitado. Cada teoría filosófica naufraga en los bajíos del sufrimiento humano concreto. Como lo vio Dostoievsky, todas las teorías del mundo se desmoronan ante la miseria de un solo sufriente. En Los Hermanos Karamazov, el escéptico Iván le arroja este desafío a su hermano Aloysha, un alma tierna que se ha convertido en un monje novicio: “Imagínate que estás construyendo el edificio del destino humano con el objeto de hacer feliz a la gente en la etapa final de su vida, de darles paz y descanso al final, pero para ello debes inevitable e ineludiblemente torturar tan sólo a una pequeña criatura, —levantar [el universo] sobre el fundamento de sus lágrimas no correspondidas—; ¿estarías de acuerdo en ser el arquitecto sobre tales condiciones? Dime la verdad”. Después de una larga pausa, Aloysha dijo finalmente: “No, no estaría de acuerdo”.3 Y tampoco nosotros lo estaríamos. Ninguna explicación hace que el sufrimiento sea inteligible.

En realidad, hay ocasiones en que la religión empeora las cosas. Los creyentes tienen todo tipo de preguntas de por qué yo, y por qué Dios. Se preguntan qué ha ido mal. Los incrédulos tienen menos expectativas, de modo que están menos inclinados a sentir que la vida los ha chasqueado.

Cuando no estamos obteniendo buenas respuestas a nuestras preguntas, el problema no siempre radica en las respuestas. Puede hallarse en las preguntas que formulamos. El sufrimiento no es meramente un acertijo teológico y filosófico. Es el mayor desafío que una persona tiene que enfrentar. Y a menos que encontremos una manera de enfrentarlo a un nivel personal, nuestras teorías sobre el sufrimiento no valdrán de mucho.

La historia cristiana

La cruz y la resurrección de Jesús constituyen el centro de la historia cristiana, y son básicas para una respuesta cristiana al sufrimiento. De acuerdo con los Evangelios, Jesús se acercó a la cruz con temor y aprehensión. La noche anterior a la crucifixión, oró fervientemente para que Dios lo librase de tomar la amarga copa que le aguardaba. De cualquier modo tuvo que soportar la cruz, y su clamor de desolación: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, revela la angustia que extinguió su vida. Con su resurrección, por supuesto, Jesús quebrantó el poder de la muerte, anuló la condenación de la cruz y se reunificó con el Padre.

La cruz señala la inevitabilidad del sufrimiento en este mundo. Jesús no evitó el sufrimiento. Tampoco nosotros podemos hacerlo. La angustia de Jesús también confirma nuestra intuición básica de que el sufrimiento es algo que está mal. Hay una trágica anormalidad en nuestra existencia. Sabemos que somos susceptibles al sufrimiento y a la muerte; también sentimos que no fuimos hechos para experimentarlos.

La cruz indica además el hecho de que Jesús se solidariza con nuestros sufrimientos. Nos recuerda que nunca estamos solos, no importa cuán oscura y opresiva pueda ser nuestra situación. Debido a que Jesús soportó la cruz, nada puede ocurrirnos por lo que él no haya pasado —dolor físico y penurias, separación de la familia y los amigos, pérdida de bienes materiales y de la reputación, la animosidad de aquellos a quienes tratamos de ayudar, incluso el aislamiento espiritual—. El lo conoció todo.

Si la cruz nos recuerda que el sufrimiento es inevitable, la resurrección nos asegura que el sufrimiento nunca tiene la última palabra. Jesús no pudo evitar la cruz a causa de su consagración a la misión de rescatar a la humanidad, pero no fue aprisionado por ella. La tumba vacía es nuestra garantía de que el sufrimiento es temporario. Desde la perspectiva de la esperanza cristiana, vendrá el tiempo cuando el sufrimiento será un asunto del pasado.

La cruz y la resurrección son inseparables. Sin la resurrección, la cruz sería el último capítulo triste de una vida noble. La muerte de Jesús meramente ilustraría el hecho sombrío de que a menudo los buenos mueren jóvenes, con sus sueños rotos y sus esperanzas frustradas. Sin embargo, a la luz de la resurrección, la cruz es una gran victoria, el acto central de la respuesta de Dios al problema del sufrimiento. Por lo tanto, la resurrección transforma la cruz. Transforma la tragedia en un triunfo.

Inversamente, la resurrección necesita de la cruz. Vista ella sola, la resurrección parece ofrecer una salida fácil de los rigores de este mundo. Nos conduciría a buscar un rodeo para evitar las dificultades de la vida. Si Dios tiene el poder de resucitar a los muertos, seguramente podría aislarnos respecto al dolor y la tristeza y evitarnos el sufrimiento. Pero antes de la resurrección viene la cruz. Y esto nos obliga a reconocer que a menudo Dios nos conduce a través de peligros, en vez de guiarnos en torno a ellos. El no promete elevarnos dramática y milagrosamente para que estemos libres de peligros. Así como Jesús tuvo que llevar su cruz, de la misma manera sus seguidores tendrán que llevar la suya (ver Mateo 16:24). Su promesa de estar con nosotros en nuestros sufrimientos también demanda que estemos con él en sus sufrimientos.

Enfrentando con franqueza el sufrimiento

El hacer del sufrimiento de Jesús el centro de nuestra respuesta al sufrimiento nos conduce a varias conclusiones importantes. Nos recuerda que el sufrimiento es real y que no formaba parte del plan original de Dios. El sufrimiento es la pérdida de las cosas buenas. A veces es el resultado de nuestras propias elecciones. Nuestra respuesta instintiva al sufrimiento es: “Oh, no. Esto no está bien. ¡No se supone que esto me ocurra a mí!” Debiéramos afirmar este sentimiento: No hemos nacido para sufrir.

Esta percepción excluye algunas de las cosas familiares que la gente les dice a los que sufren: “En comparación con los problemas de otras personas, los tuyos no son tan malos”. “Tus dificultades tienen el mejor propósito. Algún día entenderás”. “Todo ocurre por una razón. Dios quiere enseñarte una lección importante”.

Es verdad que a veces las cosas resultan para bien, pero otras veces no es así. A veces son malas y continúan siendo de esa manera. El libro de Salmos expresa plenamente las profundidades de la aflicción humana. En realidad, más de la mitad de los Salmos tienen que ver con “el paisaje helado del corazón”, como lo expresa un escritor.

El historiador eclesiástico Martin Marty describe cómo perdió a su esposa por el cáncer después de casi treinta años de matrimonio. Durante los meses de su hospitalización final, se turnaban leyendo un salmo a la hora de la medicación que tenía lugar a la medianoche. El leía los salmos pares y ella, los impares.

“Pero después del ataque de un día particularmente miserable que demolió su cuerpo y mi propia alma —escribe él—, no me sentía con ánimo de leer un salmo particularmente sombrío, de modo que lo pasé por alto.

—¿Qué pasó con el Salmo 88? —preguntó ella—. ¿Por qué te lo salteaste?

—No pensé que podrías aguantarlo esta noche. Ni yo estoy seguro de que yo podría. En realidad, estoy seguro que no podría.

—Por favor, léemelo —pidió ella.

—Está bien: Día y noche clamo delante de ti. Porque mi alma está hastiada de males. Me has puesto en el hoyo profundo, en tinieblas, en lugares profundos.

—Gracias —dijo ella—. Necesito sobre todo ese tipo de salmos.

Después de esa conversación, continuamos hablando lenta y calladamente —recuerda Marty—, en la desolación de la medianoche, pero en la calidez de la presencia mutua y estando conscientes de la Presencia. Concordamos en que a menudo los pasajes más severos eran la señal más fidedigna de la Presencia y llegaban en el peor momento. Cuando la vida se reduce a lo básico, por supuesto, uno anhela palabras de consuelo, dichos reconfortantes, las voces de esperanza preservadas en las páginas impresas. Pero sólo tienen sentido contra un fondo de palabras oscuras”.4

Las personas tienen el derecho a enfrentar abiertamente el sufrimiento. Necesitan saber que Dios conoce y comprende sus pruebas. En un libro escrito en respuesta a la pérdida de su hijo, el filósofo Nicholas Wolterstorff describe la lucha para “admitir” su dolor, que expresó así: “La práctica del Occidente moderno es negar el dolor de uno, superarlo, dejarlo atrás, seguir adelante con la vida, excluirlo de la mente, asegurarse de que no llega a ser parte de la identidad de uno”. Para ver su punto sólo tenemos que pensar en la manera fácil en que los periodistas hablan de “sanamiento” y “conclusión” apenas horas después de que ha ocurrido una tragedia terrible. “Mi lucha —decía Wolterstorff— era reconocer [mi dolor], hacerlo parte de mi identidad; si usted quiere saber quién soy yo, debe saber que soy aquel cuyo hijo murió”.5

Sufrimiento trascendente

Mientras es importante reconocer que el sufrimiento es real y que el sufrimiento está mal, es igualmente importante negarse a darle al sufrimiento la última palabra. El sufrimiento puede ser una parte ineludible de nuestra historia, pero no es toda nuestra historia. Podemos ser más grandes que nuestros sufrimientos.

La gente trasciende sus sufrimientos de diferentes maneras. Una es negándose valientemente a permitir que el sufrimiento la domine. Este es el punto central del libro bien conocido de Victor Frankl, Man’s Search for Meaning. Cuando se nos arrebatan todas las libertades, siempre permanece una, la libertad de elegir nuestra respuesta. Cuando no podemos cambiar nuestra situación, se nos desafía a transformarnos a nosotros mismos. Y por supuesto, cuanto mayor el desafío, mayor debe ser nuestro valor. No importa cuán desesperada sea nuestra situación, podemos superarla negándonos a permitir que la misma defina nuestra significación. Podemos ser más grandes que nuestros sufrimientos.

Esto requiere que el valor se apoye sobre la convicción de que el sufrimiento no reduce nuestro valor como seres humanos, lo que es sumamente importante que recordemos si dependemos del éxito para tener un sentido de significación personal. Cuando mi suegro fue sometido a una cirugía de derivación coronaria, una de sus quejas postoperatorias era el temor de no seguir siendo útil. Si no podía ser productivo, consideraba él, la vida no era digna de vivirse.

También trascendemos nuestros sufrimientos cuando comprendemos que no sufrimos solos. Dios está con nosotros en nuestros sufrimientos. De acuerdo con la fe cristiana, la historia de Jesús es la propia historia de Dios, y su gran clímax es la crucifixión, un momento de agonía y de aislamiento. Algunas personas creen que Cristo sufrió para que nosotros no tengamos que sufrir. Pero la cruz representa no sólo solidaridad sino también sustitución. Cristo no sólo sufre por nosotros; Cristo sufre con nosotros.

Desde la perspectiva cristiana, este es un testimonio de que Dios está con nosotros en nuestros sufrimientos, que todo lo que nos sucede le afecta a él. La epístola de Pablo a los Romanos contiene la resonante certeza de que nada puede separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús. Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni gobernantes, ni lo presente, ni lo porvenir, ni potestades, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna otra cosa en toda la creación, nada puede separarnos de él (Romanos 8:35-39).

Ninguna de estas cosas pueden separarnos de Dios, no sólo porque él estará con nosotros cuando terminen, sino porque él está con nosotros cuando ocurren. Como lo expresa el salmista: “No temeré peligro alguno, porque tú, Señor, estás conmigo” (Salmo 23:4, V. Popular).

La respuesta de la esperanza

El sufrimiento no tiene la última palabra para quienes confían en el futuro, por lo tanto una respuesta efectiva al sufrimiento debe incluir siempre la esperanza. Una manifestación de esperanza es el deseo poderoso de hacer que el sufrimiento sirva para un propósito digno, usar la tragedia para algún propósito bueno. Cuando Nicholas Green, un muchacho norteamericano, fue asesinado en un intento de robo en una supercarretera en Italia hace varios años, sus padres decidieron donar los órganos de su precioso hijo en beneficio de otros. Su decisión salvó varias vidas y transformó la actitud de la nación hacia la donación de órganos. Deseamos que nuestras pérdidas sirvan para algo. No podemos permitir que abran agujeros en la tela de la vida. De alguna manera debemos componerlas, aprender de ellas, crecer y sobreponernos a ellas. Y la fe cristiana respalda esta esperanza con la seguridad de que en todas las cosas Dios obra para bien (Romanos 8:28).

La esperanza cristiana también nos dirige a un futuro más allá de la muerte, a un tiempo cuando el sufrimiento será un asunto del pasado. Como Pablo la describe, la muerte es un enemigo, no es parte de lo que se planeó que existiese. Pero es un enemigo vencido, su poder ha sido quebrantado y algún día llegará a su fin (1 Corintios 15:26). La resurrección de Jesús es la promesa de Dios de que la muerte no tiene la última palabra. Nos asegura que el amor de Dios es suficientemente fuerte como para vencer la muerte y erradicar el sufrimiento.

Al relacionar todo esto recibimos una respuesta para nuestra pregunta inicial. Si preguntamos: ¿Cuál es el significado del sufrimiento?, no hay una respuesta, porque el sufrimiento en sí no tiene significado. Pero si preguntamos: ¿Podemos hallarle sentido al sufrimiento?, la respuesta es un resonante ¡Sí! Con fe en Dios, podemos encontrar sentido en el sufrimiento, a través del sufrimiento y a pesar del sufrimiento.

Richard Rice (Ph.D., University of Chicago Divinity School) es profesor de religión en la Universidad de Loma Linda. Ha escrito cuatro libros, incluyendo The Openness of God y Reign of God, y muchos artículos. Su dirección: Loma Linda University; Loma Linda, California 92350; E.U.A. E-mail: rrice@rel.llu.edu

Notas y referencias

* Todas las citas bíblicas de este artículo proceden de la Versión Reina-Valera, revisión de 1960, a no ser que se indique de otra manera.

1. Una versión inicial de este artículo apareció en el número de primavera de 1999 de Update, una publicación del Centro de Bioética Cristiana, Universidad de Loma Linda.

2. Harold Kushner: When Bad Things Happen to Good People (Nueva York: Schocken, 1981), p. 6.

3. Dostoievsky, Feodor M.: The Brothers Karamazov, libro 5, cap. 4, “Rebellion”.

4. Martin P. Marty: A Cry of Absence: Reflections for the Winter of the Heart, 2a. ed. (San Francisco: Harper SanFrancisco, 1993), pp. xi-xii.

5. Nicholas Wolterstorff: “The Grace That Shaped My Life”, en Philosophers Who Believe: The Spiritual Journeys of Eleven Leading Thinkers, ed. por Kelly James Clark (Downers Grove, Illinois: InterVarsity, 1993), pp. 273-275.

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